viernes, 28 de agosto de 2009

La leche, cosa reciente

Lecheras limpias colgadas para secar ©Xavier Landa/gourmet-image

Reproducimos textualmente una información de A. Prádanos para la agencia Colpisa de Madrid, publicada hoy en Diario de Navarra. Esperamos que sea de vuestro interés.

Hace sólo 7.500 años que el hombre bebe leche. El ser humano es la única especie capaz de tolerar la leche mucho después de la fase de amamantamiento, pero se trata de una capacidad que se fraguó en el Neolítico, hace 7.500 años, cuando el cazador nómada devino en agricultor y ganadero - La "persistencia lactosa" está presente en los europeos, pero no se da en otros continentes.

ES una más de las singularidades del ser humano frente a otras especies; quizá no crucial, pero tampoco irrelevante. A diferencia de los demás mamíferos del planeta, el hombre es el único cuyo organismo tolera la leche mucho después de superada la fase de amamantamiento, hasta el fin de sus días. Aunque el homo sapiens no nació así. La capacidad fisiológica de digerir la lactosa -el azúcar natural de la leche- en la edad adulta fraguó en el Neolítico, hace 7.
500 años, cuando el antiguo cazador nómada devino en agricultor y ganadero. Sucedió en Europa pero no en latitudes septentrionales, como se creía, sino en la región central y balcánica.

En la lucha de todo ser vivo por la supervivencia, la evolución favorece aquellos rasgos genéticos que facilitan la adaptación al entorno y dan ventaja frente a los competidores de otras especies o entre los propios congéneres. Los bebés mamíferos tienen la capacidad natural de asimilar y digerir la leche materna, que pierden una vez criados. Inicialmente también sucedía en los humanos, hasta que un salto evolutivo cambió las cosas en Europa. Un estudio publicado este viernes en la revista PLoS Computational Biology revela que unos 7.500 años atrás individuos de comunidades ganaderas centroeuropeas y de los Balcanes mantuvieron esta capacidad ya adultos al conservar la "lactasa" -con "a"-, la enzima presente en el intestino delgado encargada de descomponer la lactosa -con "o"- en dos azúcares simples fáciles de digerir, glucosa y galactosa.

Lactasa y lactosa

Esa novedad genética se reveló ventajosa para los sujetos y pueblos donde prevaleció. La leche del ganado doméstico estabulado y sus derivados sumaban un alimento más, disponible y a mano todo el tiempo. Un aporte rico en proteínas, calcio y, además, en la vitamina D necesaria para fijarlo. La anomalía inicial se generalizó en el continente y hoy en la herencia genética racial de los europeos y sus descendientes prevalece la llamada "persistencia lactosa", excepcional en otros continentes.

La mayoría de los europeos producen esa enzima durante toda su vida", explica Mark Thomas, profesor del área de Genética, Evolución y Medio Ambiente del University College London (UCL), coordinador del estudio.

Los investigadores asocian ese salto genético a la presencia del alelo -13,910#T y también a la existencia de condiciones ambientales favorables. Sería -dicen- un ejemplo de "co evolución" asociada al auge ganadero, "ya que el consumo de leche por parte de los adultos sólo empezó a ser posible con la domesticación y la cría de animales, y a la vez, la producción de lácteos creció a medida que más poblaciones humanas toleraban la lactosa".

La expansión del consumo general de lácteos desde la región balcánica hacia el resto de Europa explicaría por qué casi todos los europeos tolerantes a la lactosa - cerca del 90 % de la población- presentan la misma versión del gen, expresado en el alelo -13,910#T. En África, apenas un tercio de los adultos toleraría la lactosa.

La tolerancia a la lactosa entre los adultos es una rareza no sólo entre mamíferos; también de la propia especie humana. El 70 % de la población mundial tiene hipolactasia, bajos niveles de lactasa o ausencia total, lo que les causaría dificultades de distinto grado para asimilar la lactosa. Ese rasgo es hegemónico en Asia, donde el 90 % de la población es intolerante y porcentajes muy altos se dan entre la población americana nativa. Incluso en Europa el panorama es desigual: en los países nórdicos, Irlanda y el Reino Unido los porcentajes de intolerancia van del 5 al 15 %. En el Mediterráneo la tasa se eleva al 50 por ciento.

Intolerancia molesta pero no grave

Se dice que Hipócrates ya describió en el siglo V a. C. los síntomas asociados a la intolerancia a la lactosa. El cuadro es amplio y la intensidad varía en cada paciente, más grave cuanta menos lactasa genere el intestino delgado, y según la cantidad de alimento lácteo que haya ingerido. En general los intolerantes a este azúcar de la leche sufren dolor abdominal, vómitos, cólicos, gases o diarrea, que se manifiestan entre media y dos horas después de consumir algún lácteo. Salvo en bebés y niños pequeños, no es grave pero sí muy molesta y merma la calidad de vida.

En España no se conoce bien la prevalencia de la intolerancia entre adultos, que varía por regiones y es menor en las del norte. Se sabe, no obstante, que sólo un pequeño porcentaje está diagnosticado. Entre los lactantes la alergia a las proteínas de la leche oscila entre el 0,4 y el 1,9 por ciento, y obliga a los pequeños a seguir una dieta estricta y vigilar el mayor riesgo asociado, el déficit de calcio.

La intolerancia a la lactosa no se cura de momento, aunque no genera grandes problemas si se reemplazan los lácteos por sustitutivos cada vez más abundantes. Los beneficios asociados al consumo de lácteos en la edad adulta suscitan constantes debates entre los especialistas, aunque sí se insiste en que los jóvenes deben ingerir lácteos para acumular calcio.